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lunes, 16 de octubre de 2017

Richard Thaler, el premio Nobel del “empujón” y su aplicación en la prevención de la obesidad, por Anna García-Altés @annagaal


La semana pasada se ha conocido que el premio Nobel de economía de 2017 ha recaído en Richard Thaler, de la universidad de Chicago, por sus contribuciones a la Economía del Comportamiento. Hay múltiples reseñas de este hecho, de las que destacamos la del Financial Times y la entrevista que se le hizo desde la organizaciónque otorga los premios. En este blog de GCS - Gestión Clínica y Sanitaria ya hemos hablado de este tema anteriormente, aquí y aquí.




Los economistas del comportamiento estudian los efectos de los factores sociales, cognitivos y emocionales en las decisiones económicas de los individuos y las instituciones, y sus consecuencias. El campo se basa fundamentalmente en principios psicológicos, para sugerir medios de motivar a los individuos y los grupos para cambiar su comportamiento. A partir del conocimiento de cómo la gente toma decisiones y sus sesgos, se pueden diseñar estrategias para que se tomen las consideradas óptimas.


Existen algunos ejemplos de la aplicación de estos conceptos en la prevención de la obesidad. La economía estándar no ha sido demasiado exitosa en esta área, ya que no tiene en cuenta el pensamiento a nivel de grupo, la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre y los procesos de toma de decisiones no racionales. En cambio, las aplicaciones de la economía del comportamiento a las intervenciones dietéticas y la prevención de la obesidad incorporan estrategias heurísticas a los envases, precios, promociones y hasta  mera ubicación, para contrarrestar el uso de estas mismas estrategias por parte de la industria alimentaria. Los valores predeterminados – las opciones “por defecto” -son un método central para facilitar los comportamientos deseados, dada la tendencia de los individuos a mantener el “statu quo”, tal y como se ha visto en los programas de donación de órganos y en el diseño de planes de jubilación. Otros métodos son los precios relativos de la comida más sana y menos sana, o las etiquetas en los menús para marcar la comida sana.


Diversos estudios de economía del comportamiento realizados en condiciones reales han demostrado ser efectivos para cambiar los patrones de compra de alimentos. Un ejemplo es una intervención dirigida a estudiantes de secundaria, en la que se requería el pago en efectivo de postres y refrescos, mientras que, sin postres o refrescos, el pago podía realizarse mediante el cargo a tarjetas de crédito o débito. La aversión a perder dinero en efectivo para la compra de alimentos discrecionales redujo esas compras, sin reducir los ingresos de la cafetería (se ofrecía fruta y bebidas no edulcoradas por el mismo precio) ni el número de clientes, pero generó los efectos deseados de aumento de las ventas de alimentos más nutritivos. Otro ejemplo, realizado en el comedor de una escuela, consistió en poner en marcha una “cola rápida” para pagar sólo los alimentos saludables, lo que hizo aumentar las ventas de estos alimentos en un 18%. Sin embargo, la efectividad de las estrategias de economía del comportamiento a largo plazo es menos clara, y se desconoce si los comportamientos persisten en el tiempo o si surgen adaptaciones.
Lógicamente, esta aproximación no está exenta de críticas. La principal sería que ninguna de estas ideas es nueva, y llevan mucho tiempo utilizándose en salud pública. Los supermercados y las marcas comerciales invierten cantidades ingentes de dinero en investigar cómo los consumidores toman decisiones según estén situados los productos. Las normas sociales y los incentivos son fundamentales en las teorías del cambio de comportamiento en salud, disponen de un marco teórico sólido, y se han usado innumerables veces. El marketing social usa constantemente estos mismos instrumentos. Los más críticos ponen de manifiesto que esta aproximación está siendo especialmente atractiva para gobiernos y países conservadores, en los que la intervención habitual del Estado en la vida diaria es mal recibida, aunque las opiniones más liberales no aceptan la intervención del Estado, ni en forma de este tipo de estrategias.




Con todo, una de las medidas de mayor efectividad demostrada se halla en la política industrial, obligando a la industria alimentaria a que disminuya los contenidos de sal, azúcar y grasas en sus productos. Las medidas impositivas son otra alternativa: si bien los impuestos sobre los productos con grasas y sal tienen una importante regresividad fiscal, los impuestos sobre las bebidas excesivamente azucaradas si podrían ser óptimos dada la poca elasticidad de la demanda de estos productos. La evaluación de la reciente introducción de este impuesto en Catalunya permitirá comprobar si han conseguido reducir su consumo, así como su posible efecto sobre la prevalencia de obesidad en la población.

sábado, 13 de abril de 2013

¿Nos movemos?, por Anna García-Altés (@annagaal)

Según los últimos datos de la ESCA, en Catalunya el 58,2% de los hombres y el 42,2% de las mujeres de 18 a 74 años tiene exceso de peso (36,3% tiene sobrepeso y 13,9% tiene obesidad), según datos de peso y talla declarados. Respecto al año 2006, el porcentaje de población con exceso de peso ha aumentado entre los 18 y 44 años. La necesidad de combatir la obesidad en los países ricos, especialmente entre la población más joven –incluyendo la infantil-, se ha convertido ya en una de las primera prioridades en salud pública. Como se ha comentado en GCS, la proliferación de restaurantes de comida rápida a bajo precio es uno de los determinantes del reciente aumento del sobrepeso y la obesidad en los adultos (GCS volumen 6, número 4,página 172), y las repercusiones que la obesidad tiene en calidad de vida y en mortalidad asociada son poblacionalmente muy relevantes (GCS volumen 7, número 3, páginas 120 y 121).

En Estados Unidos, la primera dama encabeza la campaña “Let´s Move!” (http://www.letsmove.gov/), que engloba un conjunto amplio e intersectorial de iniciativas para disminuir la obesidad infantil mediante la promoción de la realización ejercicio y la alimentación saludable. El Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, bajo el liderazgo de Michael Bloomberg, quería llevar adelante la “soda ban”, una regulación local para que los establecimientos sirvieran bebidas edulcoradas en vasos más pequeños. La iniciativa, que se ha mostrado efectiva para disminuir el consumo, está de momento derogada, si bien se va a apelar. La ciudad de Nueva York es, de hecho, pionera en este tipo de medidas, y ya en el 2006 limitó las grasas “trans”, lo que ha tenido un impacto positivo en la salud de la población y ha impulsado medidas parecidas en otras ciudades y estados.

Con todo, una de las medidas más efectivas se halla en la política industrial, obligando a la industria alimentaria a que disminuya los contenidos de sal, azúcar y grasas en sus productos, tal y como el NICE ha recomendado. Las medidas impositivas serían otra alternativa: si bien los impuestos sobre los productos con grasas y sal deberían ser descartados por su importante regresividad fiscal, los impuestos sobre las bebidas excesivamente azucaradas si podrían ser óptimos dada la poca elasticidad de la demanda de estos productos, como recientemente apuntaba Guillem López-Casasnovas.

Estrategias de tipo “paternalismo libertario”, ya comentadas en este blog no deben tampoco olvidarse en un tema como éste, en el que la presión de grupos y los vínculos sociales tienen especial fuerza.
Jenny Holzer. “Protect Me From What I Want”. De su serie “Survival” (1983-85)

domingo, 20 de febrero de 2011

Un “empujón” para promover estilos de vida saludables


Nos hacemos eco hoy de una noticia aparecida en BBC News (AQUÍ), conocida a través de un blog amigo (Salud con cosas), según la cual unas investigadoras inglesas proponen que el NHS pague a la gente para que deje de tener estilos de vida nocivos para la salud.

El tema tiene muchos matices: ¿se ha de pagar a la gente por cosas que -siendo racional- debería estar haciendo?, ¿debe intervenir el gobierno activamente en los estilos de vida de la gente?, ¿funcionan los incentivos económicos para cambiarlos?

En economía de la educación, la literatura es extensa sobre la ausencia de resultados de las políticas de pago a los estudiantes para mejorar sus resultados. En salud, los ejemplos son innumerables sobre la ausencia de efectividad de pagar a los médicos para mejorar los resultados en salud (el conocido “pay for performance”): los incentivos son difíciles de establecer, es difícil medir su consecución y, en consecuencia, acaban estableciéndose sobre variables intermedias de poco valor poblacional. Invitamos al lector a consultar el último número de GCS para ver un resumen de Vicente Ortún sobre el tema (GCS 45, pagina 102), relacionado con otro anterior también suyo (GCS 2009 11(2):71).

Del mismo modo que sabemos que para que las organizaciones sanitarias actúen promoviendo la salud de su población son más efectivas otras consideraciones (motivación, profesionalismo, etc.), ¿porqué no utilizar otros instrumentos para promover en la población los estilos de vida sanos?

En nuestro país, donde conviven excelente indicadores de salud con un uso excesivo de los servicios sanitarios (alta frecuentación y uso de fármacos, sobrediagnóstico, sobreutilización), un primer paso sería mejorar la educación sanitaria de la ciudadanía, cambiando su actitud frente a la salud, y orientándola hacia el autocuidado y la concienciación para el uso responsable de los servicios sanitarios.

Otra opción (compatible con la anterior) sería dar “un empujón” a la población en la dirección de los estilos de vida deseados. Ésto es lo que se conoce como paternalismo libertario, tema de máxima actualidad, tanto por su fundamento teórico (economía del comportamiento), como por su aplicación en salud pública.

El término “paternalismo libertario” fue acuñado en los años 80, si bien ha tenido un fuerte renacimiento a partir del trabajo desarrollado por Richard H. Thaler y Cass R. Sustein (http://nudges.org/), profesores de economía y derecho de la Universidad de Chicago, conocidos también por haber trabajado en la campaña electoral de Barack Obama. El principio básico es sencillo: los seres humanos no son el Homo Economicus descrito en los libros de economía (que con información perfecta y después de razonar todas las alternativas, toma la mejor de las decisiones posibles), sino que nos equivocamos frecuentemente y cargamos con las consecuencias de nuestras decisiones por mucho tiempo. Sin embargo, un pequeño empujón puede ser todo lo que se necesite para tomar una major decision.

El aspecto libertario radica en la insistencia de que, en general, la gente debería ser libre para hacer aquello que le apetezca, descartando alternativas no deseadas. En este sentido, las políticas diseñadas mantendrán o aumentarán la libertad de decisión. El aspecto paternalista radica en el derecho de los “arquitectos de la elección” (gobiernos, empresas) a tratar de influir en el comportamiento de la gente para que vivan más años y tengan una calidad de vida mejor y más saludable. Se defiende que las entidades del sector público y privado hagan esfuerzos conscientes para orientar las elecciones de la gente en direcciones que mejoren su calidad de vida.

La regla de oro es ofrecer toques de alerta que muy probablemente ayudarán y no serán perjudiciales. Un toque de atención, tal y como los autores usan el término, es cualquier aspecto de la arquitectura de la elección que modifica el comportamiento de la gente de una manera previsible, sin prohibir ninguna opción ni cambiar de manera significativa sus incentivos económicos. Para que algo sea considerado un toque de alerta, la intervención ha de ser fácil y barata de evitar.

Las aplicaciones de este concepto en salud pública, y para promover los estilos de vida saludables, son numerosas: que la opción por defecto sea la opción saludable (por defecto, en los restaurantes, no poner el salero en la mesa; dar un único azucarillo al tomar un café en un bar; en un comedor colectivo tipo autoservicio, poner la fruta más cerca de los clientes que los pasteles), escribir en la calzada “look right/left” como en las calles de Londres, descuentos en los gimnasios para los clientes frecuentadores, cuentas de ahorro con el dinero no utilizado en comprar tabaco, etc.

Dejamos como ilustración dos nudges: un “eco-reminder” y un “puntería-reminder”.




Thaler, Richard H. and Cass R. Sunstein. Libertarian Paternalism. The American Economic Review [AER] 93 (2), (2003): 175-179. http://zonecours.hec.ca/documents/H2006-1-640111.Texte13-30-253-00-E05-LibertarianPaternalism%282%29.pdf).