jueves, 17 de noviembre de 2011

Némesis, de Philip Roth, por Manuel Arranz

Philip Roth, indiscutiblemente uno de los mayores escritores vivos (a quien sin embargo nunca darán el Nobel por obsceno y pornográfico, entre otras sinrazones) publicó hace unos meses su última novela, Némesis, (ver mi reseña en el nº 47 de GCS - Gestión Clínica y Sanitaria o al píe) considerada por él mismo, y por otro de los grandes actuales, Coetzee, como una de sus mejores novelas.
De Coetzee puede leerse su reseña, bastante mejor, y mucho más larga también, que la mía, en The York Review of Books, la Biblia, como se sabe, de la crítica literaria seria. Recomendable también la entrevista de Andrea Aguilar al autor publicada en El país .

 
A la altura de las circunstancias



Philip Roth

Némesis

Traducción de Jordi Fibla

Barcelona, Mondadori, 2011.



 “Has de vivir tu vida con cuidado y, como la vida es corta, leer sólo buenos libros, libros que hablen de la vida o, como decía Schopenhauer: “Sólo el que saca sus escritos directamente de su cerebro merece ser leído.””



Las novelas de Philip Roth no son perfectas, no son magistrales, no son deslumbrantes, ni siquiera son demasiado originales. Philip Roth no ha aportado nada nuevo a la novela, en el sentido en que sí lo ha aportado por ejemplo Sebald y algunos pocos, poquísimos escritores más. Sin embargo, las novelas de Philip Roth son incuestionablemente las novelas que debemos leer hoy, las novelas que nos confrontan con nuestra realidad más inmediata, más descarnada, más cruda, con nuestros miedos y nuestros fantasmas, como dicen los psicoanalistas, que nos hablan de nuestra personalidad quebradiza, nuestra pusilanimidad, nuestra cobardía, nuestras contradicciones, en una palabra: que nos confrontan con nuestra conciencia y sus torpes y sofisticadas coartadas. Razón ésta por la que Roth no gusta a todo el mundo. Sus novelas no son únicamente literatura, no están escritas, magníficamente escritas, para entretener precisamente, ni para hacernos olvidar, aunque sea momentáneamente, nuestras lamentables vidas (si no les gusta la palabra lamentables pueden sustituirla por otra), sino para todo lo contrario: para recordárnoslas. Roth, digámoslo así, siempre sabe poner el dedo en la llaga. Y en primer lugar, cosa que le honra, en la suya propia (véase su anterior y estremecedora Humillación que tan poco gustó a la crítica). En La mancha humana, otra de sus grandes novelas, que quizás recuerden por su versión cinematográfica, escribía: “¿Qué es lo que hace que las cosas ocurran como ocurren? Lo que sustenta la anarquía de los acontecimientos que se van encadenando, las incertidumbres, los desgarros, la ausencia de unidad, las irregularidades chocantes que caracterizan la relación […], no hay modo de saberlo. Incluso las cosas que sabemos no las sabemos. ¿Las intenciones, los móviles, la lógica interna, el significado de los actos? Es pasmoso lo que no sabemos. Y más pasmoso aún lo que creemos que es saber.” Eso es lo que nos descubren las novelas de Roth, que no hay modo de saber casi nada con certeza, que ni siquiera sabemos la mayoría de las veces por qué actuamos de un modo y no de otro, o sencillamente dejamos de actuar, por mucho que pensemos lo contrario y tratemos de convencer de ello a los demás.

            Némesis (la diosa griega de la venganza, los títulos de los libros de Roth son soberbios para mi gusto), es la última novela de Roth hasta la fecha. En esta ocasión el argumento es la epidemia de polio que se cebó en la comunidad de Newark durante el verano del año 1944. Una epidemia cuya víctima más célebre fue el propio presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, pero que atacaba sobre todo a los niños de corta edad, lo que la hacía más injusta e intolerable. Cuando los hombres se sienten amenazados por algo intangible pero que saben que puede contagiarles su vecino, aflora no sólo la impotencia, sino también un odio y un resentimiento que atribuimos al miedo. Roth se ha documentado a conciencia sobre la enfermedad. En sus novelas, como saben sus lectores, puede ser cualquier cosa, irónico, obsceno, cínico, sarcástico, todo menos consolador. La enfermedad, en ocasiones, puede ser una prueba de superación, pero la mayoría de las veces es una derrota en toda regla, absoluta, total, inapelable. La seguridad en sí mismo, la confianza, incluso la generosidad, desaparecen para dejar paso a la amargura, a la resignación, al egoísmo. No hay consuelo. Y no es fácil vivir sin consuelo. Nunca sabemos cómo vamos a reaccionar en una situación extrema, o simplemente extraordinaria. Cuando suena la hora de la verdad llegan las sorpresas, y entonces descubrimos el auténtico valor, o falta de valor, de los hombres. Pero incluso cuando el valor parece indiscutible puede tener motivaciones sospechosas. El sacrificio ostentoso, como la caridad ostentosa, suelen ocultar orgullo y vanidad, más que abnegación o generosidad. La mayoría de las virtudes no se pueden predicar en primera persona so pena de convertirse en sus contrarias. De todo esto nos habla Némesis.

Tenemos deberes para con nosotros mismos que ni siquiera sabíamos que los tuviéramos. Sin embargo, otra sorpresa, ser feliz no es uno de ellos. No podemos ser felices a costa de dar la espalda a nuestros deberes, aunque a la postre esos mismos deberes se demuestren inútiles. El hombre casi nunca está a la altura de sus circunstancias. Siempre está algo, o muy por debajo, o algo, o muy por encima. Y eso es lo que le lleva a comportamientos peligrosos unas veces y ridículos otras, cuando no le incapacita totalmente para actuar, que suele ser casi siempre lo peor.

Némesis nos habla también, y quizás sobre todo, de la culpa, “la culpa da sentido a muchas cosas”, una culpa involuntaria, como suele ser casi siempre el caso, pero irredimible, una culpa que ningún sacrificio puede expiar. “No sea su peor enemigo. Ya hay suficiente crueldad en el mundo tal como están las cosas. No las empeore convirtiéndose en un chivo expiatorio.”

“Unas veces tienes suerte y otras no. Toda biografía está sujeta al azar y, empezando por la misma idea, el azar – la tiranía de la contingencia – lo es todo.” Puede que todo esto sea descorazonador, pero mejor es saberlo.  

Manuel Arranz