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jueves, 17 de julio de 2014

El NICE, la FIFA y la operación bikini, por Anna García-Altés (@annagaal)

En este blog hemos tratado previamente aspectos relacionados con el NICE  y con la prevención de la obesidad: desde políticas de salud  al ejercicio físico, pasando por estrategias de paternalismo libertario, temas que también son recurrentes en la revista GCS – Gestión Clínica y Sanitaria.

En esta ocasión volvemos sobre ello ya que, coincidiendo con las fechas pre-vacacionales,  cuando ya no es posible esconder los michelines debajo del abrigo y parte de la población pone en marcha la “operación bikini”, el NICE acaba de publicar una guía para el manejo de la obesidad en personas adultas (http://guidance.nice.org.uk/PH53). 

A los pocos días de hacerse pública la guía, empezaron a recibirse críticas, pues parece que son muchas las aristas que no se han pulido. La primera es la del sentido común, ya que se recomiendan estrategias de cambio de estilos de vida (dietas, cambios alimentarios, ejercicio físico, etc.) por ser más coste-efectivas. El problema aquí es la conocida escasa efectividad a largo plazo de los cambio de estilos de vida, muy en particular de las dietas. Si estas estrategias fueran efectivas, seguramente la obesidad no sería un problema de salud pública. No sólo eso, sino que la guía recomienda programas comerciales pseudo-científicos de pérdida de peso, tipo “weight-watchers”. Lo mejor que puede decirse de algunos de ellos es que son algo más sofisticados que los de “la dieta de la alcachofa” y similares, muy presentes en nuestro contexto.
 
La segunda es que la guía pone el foco en el individuo y no hace ninguna mención a las políticas de salud, más efectivas en términos poblacionales, tal y como comentaron Pilar García y Alexandrina Stoyanova: regulación de la publicidad de bebidas azucaradas, impuestos sobre la comida basura y subvenciones a la comida sana, etc. De hecho, en el mismo Reino Unido, se ha formado un grupo de presión (Action on Sugar) con el objetivo de promover legislaciones para limitar la producción, marketing y comercialización de productos azucarados, especialmente los destinados a población infantil.
Coincidiendo con esto, hemos asistido al mundial de futbol Brasil 2014. Se estima que 3.600 millones de personas han visto algún partido por televisión. Ante esta cifra, el impacto potencial que la publicidad puede tener es impresionante. Pues bien, lejos de dar algún tipo de ejemplo, o un mínimo atisbo de responsabilidad social corporativa, la FIFA ha apostado por patrocinadores relacionados con la industria de bebidas azucaradas, comida rápida, bebidas alcohólicas, entre otras. Para la celebración del mundial en Brasil, la FIFA incluso ha forzado la derogación de una ley que prohibía el consumo de bebidas alcohólicas en los estadios. La selección española no se salva, ya que su principal sponsor es una conocida marca de cerveza (http://www.sefutbol.com).

Entre recomendaciones alejadas de la realidad y una realidad que, más que obstinada, se empeña en llevar la contraria, la resolución de este problema de salud pública queda aun lejos.

martes, 21 de enero de 2014

Sistema Nacional de Salud (I): Financiación y cobertura pública, por José María Abellán Perpiñán

Tras la introducción, este es el primer post de la serie anunciada, un destilado del primer capítulo del informe  Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance. En  él - aparecido previamente es Nada es gratis - José María Abellán evalúa el estado del sistema sanitario, valora las recientes reformas y propone algunas líneas de racionalización/reforma.

El punto de partida del primer capítulo (aquí)  de la obra “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance” es el reconocimiento de que aunque el SNS español sea, en términos agregados, uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo (aquí), esa realidad es compatible con un amplio margen de mejora en muchas parcelas concretas. En este post haremos referencia a aquellas que tienen que ver con la financiación y cobertura de la atención sanitaria pública.

El capítulo arranca haciendo un balance de la financiación territorial desde que se culmina el proceso de transferencia de competencias en materia sanitaria hasta el presente. Centrándonos en el desempeño del modelo de financiación autonómica vigente, si bien éste preveía un incremento global de la suficiencia financiera de las CC.AA. y una cierta corrección de las diferencias en términos de financiación per cápita (aquí), lo cierto es que su evolución en estos últimos años ha puesto de manifiesto que carece de la suficiente ductilidad como para adaptarse a la actual coyuntura recesiva, desembocando en un escenario de mayor insuficiencia financiera y desigualdad relativa entre las diferentes administraciones autonómicas. (aquí).

Algunas de las propuestas de mejora contempladas en el capítulo sobre la financiación autonómica son la reforma del sistema mismo, rehuyendo del “anclaje” en el año base como statu quo que necesariamente debe consolidarse; la creación de un fondo estatal específico para asegurar la coordinación (que no uniformidad) de los sistemas autonómicos de salud; o la vinculación de los recursos provenientes del Fondo de Liquidez Autonómica al mantenimiento de unos estándares mínimos de calidad (que no idénticos) en la provisión de las prestaciones sanitarias.

Basculando al plano del gasto sanitario público, se constata (aquí) que su nivel en España es aproximadamente el que corresponde, según nivel de renta per cápita y tipo de sistema sanitario. Su evolución desde inicios de los noventa hasta 2010 fue muy intensa (aquí), creciendo a un ritmo medio anual próximo al 8% en términos nominales. Las proyecciones de evolución futura del gasto sanitario público, de haberse mantenido la tendencia experimentada durante ese periodo, arrojan un crecimiento cercano al 5%, tras lo cual se oculta una notable heterogeneidad entre las diferentes CC.AA. (aquí).

Ante este panorama, el capítulo enfatiza la necesidad de acometer reformas estructurales de racionalización del gasto sanitario, antes que meramente “recortes”, desaconsejando en cualquier caso la subversión de los (positivos) rasgos identitarios que hacen reconocible al sistema sanitario público español como un SNS inclusivo y solidario. El despliegue de dichas reformas ha de ir acompañado de la instauración de una genuina cultura evaluadora que informe la toma de decisiones a todos los niveles. Para ello resulta imprescindible una apuesta política decidida, así como una mayor corresponsabilidad por parte de todos los actores involucrados – Administraciones Públicas, industria, profesionales sanitarios, pacientes – en el compromiso por garantizar la solvencia del sistema.

El volumen de gasto sanitario se define por la intersección de tres tipos de coberturas (aquí): la poblacional (derecho a la asistencia sanitaria), la de prestaciones (la cartera de servicios) y la del gasto (aportaciones del usuario). Comenzando por la primera, las modificaciones introducidas por el Real Decreto Ley 16/2012 en los criterios de acceso a la cobertura sanitaria pública no cabe calificarlos más que como auténtico giro copernicano de la situación previa. Esta norma retorna a la antigua (y preconstitucional) caracterización del derecho a la asistencia sanitaria (aquí) como privativo de los “asegurados” y sus “beneficiarios”, antes que de “todos los españoles y ciudadanos extranjeros que tengan establecida su residencia en el territorio nacional” (aquí). La derivada más cuestionable de este cambio de modelo es la denegación de la asistencia sanitaria pública a los inmigrantes en situación irregular. Un efecto de la reforma que previsiblemente conllevará costes económicos y sociales en términos de agravamiento de las enfermedades de los afectados por la pérdida de continuidad asistencial, problemas de salud pública, sobrecarga de los servicios de urgencias, etc. que deberían de haberse opuesto al supuesto ahorro de 500 millones de euros anunciado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (aquí).

En contraposición a esta medida el capítulo propone excluir la prestación sanitaria del régimen económico de la Seguridad Social, instalándola definitivamente en el artículo 43 (derecho a la protección de la salud) de la Constitución; introducir la “residencia efectiva y prueba de insuficiencia de ingresos” como criterios que deben satisfacer las personas extranjeras en situación irregular para acceder a la asistencia sanitaria pública, tal y como sucede en otros países europeos; y gestionar de un modo más eficiente el registro, facturación y cobro de las prestaciones sanitarias provistas a los ciudadanos oriundos de países de la UE desde los que sí que puede producirse una suerte de “turismo sanitario”.

Paradójica resulta también la situación de la evaluación económica de tecnologías sanitarias en España. Pese al significativo aumento del número de evaluaciones abordadas durante la última década (aquí) y la proliferación de agencias y órganos evaluadores autonómicos (aquí), lo cierto es que dichas evaluaciones no se han empleado en la práctica para ordenar la cartera común de servicios del SNS. En el caso específico de la prestación farmacéutica la situación es igualmente preocupante, ya que el principio de “financiación selectiva y no indiscriminada” de los medicamentos, no se ha materializado en la aplicación explícita de criterios de coste-efectividad. A esto se añade la ausencia de un sistema de fijación de precios de los medicamentos que retribuya la innovación sobre la base del valor que realmente ésta aporta (sistema conocido como value-based pricing) y no mediante el recurso a la negociación sin más entre industria y ministerio. La reciente iniciativa de elaboración de informes de posicionamiento terapéutico (aquí) no deja de resultar insatisfactoria por cuanto incomprensiblemente se obvia la necesidad de evaluar económicamente los medicamentos de forma previa a su inclusión en la prestación farmacéutica. Por último, el sistema de precios de referencia ha acabado convertido en un sistema de precio menor, en el que se diluyen los incentivos a que los laboratorios compitan en precios.

Propuestas de mejora de la situación descrita serían la adaptación al entorno español de las recomendaciones emitidas por las principales agencias internacionales de evaluación económica como el NICE británico; aplicar las guías metodológicas ya existentes en España (aquí y aquí) para estandarizar las evaluaciones económicas realizadas en el país; fijar los precios máximos financiables por el SNS según el balance coste-efectividad de los medicamentos; iniciar una estrategia a largo plazo de reinversión, desplazando aquellas tecnologías de escaso valor terapéutico y elevado coste por otras más coste-efectivas; y reformar el sistema de precios de referencia a semejanza de modelos como el alemán, donde los copagos de los usuarios son evitables (aquí).

El Real Decreto Ley 16/2012 reforma también el copago farmacéutico, aboliendo la gratuidad para los pensionistas, estableciendo topes máximos al desembolso que estos pueden efectuar, y graduando la aportación de los usuarios según nivel de renta (IRPF). El copago además se extiende a otros tipos de prestaciones, como las ortoprótesis, dietoterapia y transporte sanitario no urgente. La necesidad de reformar el obsoleto esquema de aportaciones vigente desde 1980 no justifica, sin embargo, las deficiencias que arrastra el nuevo modelo. Así, los activos siguen aportando sin límite alguno, lo cual puede traducirse en algunos casos en un gasto acumulado considerable (aquí). Por otra parte, el diferimiento del reembolso (hasta por seis meses) de las devoluciones de los importes que excedan los topes máximos establecidos para los pensionistas, puede dar lugar a inequidades y falta de adherencia a los tratamientos.

Se impone, por tanto, reformar la reforma, avanzando paulatinamente desde el actual copago, lineal y obligatorio, a otro evitable y basado en criterios de coste-efectividad (aquí). Asimismo, se propone no diferenciar entre trabajadores activos y pensionistas, ya que los criterios teóricamente relevantes son el nivel de renta y el estado de salud (aquí). Los límites máximos al desembolso deberían operar también para los activos, generalizándose de una vez la receta electrónica en todos los sistemas regionales de salud. Por último, urge evaluar el impacto que pueden haber tenido los nuevos copagos sobre los diferentes grupos de pacientes y tipos de medicamentos a fin de atajar potenciales inequidades.

Thomas Carlyle definió la economía como la ciencia lúgubre, y ciertamente no es una ciencia alegre, pues siempre nos recuerda que nada es gratis. Pero, como dijo Alan Williams, uno de los padres intelectuales de la economía de la salud, si bien hay muchas cosas que no nos gustan de ella, no está tan mal si consideras la alternativa.

 En el caso que nos ocupa, la alternativa es vendarse los ojos ante la realidad de que el SNS precisa de reformas estructurales, no de podas indiscriminadas que dañen irreversiblemente el núcleo del sistema. Este, desde luego, no es el propósito de las propuestas efectuadas en el libro de AES, que nunca pierden de vista que el afán reformista no debe malograr en ningún caso el buen SNS de que disfrutamos, aun cuando, contradiciendo a G.W. Leibniz, seguro que no es el mejor de los sistemas posibles. Ninguno lo es.

 

sábado, 13 de abril de 2013

¿Nos movemos?, por Anna García-Altés (@annagaal)

Según los últimos datos de la ESCA, en Catalunya el 58,2% de los hombres y el 42,2% de las mujeres de 18 a 74 años tiene exceso de peso (36,3% tiene sobrepeso y 13,9% tiene obesidad), según datos de peso y talla declarados. Respecto al año 2006, el porcentaje de población con exceso de peso ha aumentado entre los 18 y 44 años. La necesidad de combatir la obesidad en los países ricos, especialmente entre la población más joven –incluyendo la infantil-, se ha convertido ya en una de las primera prioridades en salud pública. Como se ha comentado en GCS, la proliferación de restaurantes de comida rápida a bajo precio es uno de los determinantes del reciente aumento del sobrepeso y la obesidad en los adultos (GCS volumen 6, número 4,página 172), y las repercusiones que la obesidad tiene en calidad de vida y en mortalidad asociada son poblacionalmente muy relevantes (GCS volumen 7, número 3, páginas 120 y 121).

En Estados Unidos, la primera dama encabeza la campaña “Let´s Move!” (http://www.letsmove.gov/), que engloba un conjunto amplio e intersectorial de iniciativas para disminuir la obesidad infantil mediante la promoción de la realización ejercicio y la alimentación saludable. El Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York, bajo el liderazgo de Michael Bloomberg, quería llevar adelante la “soda ban”, una regulación local para que los establecimientos sirvieran bebidas edulcoradas en vasos más pequeños. La iniciativa, que se ha mostrado efectiva para disminuir el consumo, está de momento derogada, si bien se va a apelar. La ciudad de Nueva York es, de hecho, pionera en este tipo de medidas, y ya en el 2006 limitó las grasas “trans”, lo que ha tenido un impacto positivo en la salud de la población y ha impulsado medidas parecidas en otras ciudades y estados.

Con todo, una de las medidas más efectivas se halla en la política industrial, obligando a la industria alimentaria a que disminuya los contenidos de sal, azúcar y grasas en sus productos, tal y como el NICE ha recomendado. Las medidas impositivas serían otra alternativa: si bien los impuestos sobre los productos con grasas y sal deberían ser descartados por su importante regresividad fiscal, los impuestos sobre las bebidas excesivamente azucaradas si podrían ser óptimos dada la poca elasticidad de la demanda de estos productos, como recientemente apuntaba Guillem López-Casasnovas.

Estrategias de tipo “paternalismo libertario”, ya comentadas en este blog no deben tampoco olvidarse en un tema como éste, en el que la presión de grupos y los vínculos sociales tienen especial fuerza.
Jenny Holzer. “Protect Me From What I Want”. De su serie “Survival” (1983-85)

domingo, 5 de febrero de 2012

“Menos es más”: Evidencia científica y criterio clínico para dejar de hacer lo inefectivo, por Anna García-Altés (@annagaal) y Ricard Meneu

Sorprende la relativa desatención prestada en la última década a la sobreutilización inadecuada.  Ya en los textos canónicos sobre la calidad asistencial se afirmaba claramente que “un enfoque global para medir la calidad asistencial requiere atender a tres tipos diferentes de problemas de calidad; demasiada asistencia (sobreutilización), asistencia insuficiente (subutilización) y mala utilización (fallos y errores en los aspectos técnicos e interpersonales de la asistencia), como por ejemplo, en Donaldson MS. Editor: Measuring the Quality of Health Care.  A Statement by The National Roundtable on Health Care Quality.
Sin embargo, un reciente artículo de  Archives of Internal Medicine pone de relieve los pocos estudios realizados en Estados Unidos que analizan el problema del sobreuso de servicios sanitarios. Aunque sus conclusiones habrían sido diferentes si la revisión hubiera incluido estudios sobre temas tan relacionados con el sobreuso como las variaciones de la práctica médica o los estudios de efectividad, vale la pena echar un vistazo a los servicios identificados en la revisión, y los valores de sobreuso aportados: del 3% al 81% en broncodilatadores, del 16,1% al 80% en PSA, del 2% al 89% en antibióticos para infecciones del tracto respiratorio superior, o del 6,6% al 80% en marcadores tumorales, por señalar algunos ejemplos llamativos. Como en estos asuntos hace tiempo que consideramos útil tener presente la divisa atribuida a Mies Van Der Rohe, “menos es más”, aprovechamos aquí para poner al lector sobre la pista de varías iniciativas interesantes que identifican servicios sanitarios infectivos, basadas en la evidencia científica. 
La primera, empezando por casa, la propia GCS Gestión Clínica y Sanitaria, que en cada número incluye artículos identificando la (in)efectividad de algunas prácticas. Otra procede del mismo Archives of Internal Medicine, que bajo el título de “Less is more” publica una colección de artículos sobre el tema. Asi mismo, conviene  recordar que el NICE también comparte esta preocupación, siendo muy instructivo visitar su link a la base de datos de “Do not do recomendations”, basadas en el conocimiento acumulado por la organización a partir de sus informes y guías de práctica clínica: más de 850 prácticas para las cuales hay evidencia científica de que no son efectivas.

Además, en este contexto de crisis y recortes, los clínicos no se quedan atrás, y son variados los esfuerzos de identificación de prácticas no efectivas. De nuevo, el Archives of Internal Medicine publica una iniciativa del American College of Physicians que, mediante un proceso de consenso, han identificado 37 situaciones clínicas en las que una prueba de cribado o de diagnóstico no es efectiva; de modo parecido han actuado el Colegio Oficial de Médicos de Barcelona  y la British Medical Association. La Audit Commission ha ido un paso más allá y ha calculado también el ahorro que se conseguiría si no se llevaran a cabo tratamientos con poco o nulo valor .
 
Como se ve, no es por falta de pistas para los que busquen recortar sin disminuir, e incluso aumentando, la calidad asistencial.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cocktail post-vacacional, por Anna García-Altés

Este primer post después de vacaciones es algo más periodístico que de costumbre, para que la entrada en este nuevo curso sea algo ligera.

“Atención apropiada: el dilema del médico y el problema del país”. Dicho así es impactante, y más si lo dice Victor R. Fuchs (AQUÍ). La existencia de pacientes heterogéneos, y la incertidumbre sobre la respuesta de cada paciente individual a un tratamiento o intervención hacen que sea difícil determinar que pacientes recibirán cuidados adecuados; ante esto, el incentivo para aplicar tratamientos coste-efectivos es irrealista. Fuchs apunta como posible solución al pago capitativo: el médico tiene la responsabilidad de dar atención sanitaria a una población predeterminada y recibe un pago por persona. De este modo, los incentivos del propio médico de practicar una atención sanitaria coste-efectiva aumentan.

En nuestro país, las medidas adoptadas este verano han ido por otros derroteros. Por una parte, se ha aprobado la creación de un “comité de coste-efectividad de los medicamentos y productos sanitarios”. La idea, de hecho, no es nada nueva, ya que ya estaba presente en la Ley del Medicamento de 1990. Pero eso no impide que los que nos dedicamos a este negocio no nos alegremos. Ya nos hemos pronunciado en diversas ocasiones en Gestión Clínica y Sanitaria – GCS y en este blog (AQUÍ) sobre la conveniencia de crear un NICE en el Estado español. Lo interesante será ver si esta vez las buenas intenciones se convierten en realidad, y cómo se articula.

Lo que sí se ha hecho efectivo ya es un nuevo recorte en farmacia: la obligatoriedad de prescribir por principio activo. Tal y como ya han comentado otros blogs amigos, la efectividad de esta medida se prevé muy limitada (AQUÍ), a parte de penalizar por enésima vez a la industria (por ser un blanco fácil, básicamente), y de aplicar un recorte lineal, independientemente de lo que aporte el fármaco en términos de coste/beneficio incremental. Por si esto no fuera poco, The Economist nos saca los colores en público en un artículo sobre el gasto sanitario “fuera de control” (AQUÍ).

Mientras, tertulianos de variado pelaje amenazan con un otoño “caliente”. Ante las múltiples acepciones de este adjetivo, nos quedamos con la fácil, y dejamos a los lectores con un refrescante “Singapur sling”, foto tomada este mes de agosto en su casa natal, el Hotel Raffles, llamado así por Sir Thomas Stamford Bingley Raffles, “el padre de Singapur” y no, como creerán algunos malpensados, por Arthur J. Raffles, “el caballero ladrón”.

martes, 29 de marzo de 2011

¿Necesitamos un NICE?, por Anna García-Altés

A esta  pregunta Guillem López Casasnovas, colaborador habitual de GCS -Gestión Clínica y Sanitaria- daba, según un reciente Diario Médico (DM 17/3/2011), una contundente respuesta afirmativa. Se señalaba, según el periodista, la necesidad en nuestro país de anclar el gasto en la financiación disponible, canalizar la financiación pública hacia el gasto más eficiente en términos de objetivos de salud, y hacer ambas cosas mediante un organismo parecido al National Institute for Health and Clinical Excellence (NICE) del Reino Unido.

El NICE es uno de los temas favoritos de algunos de los colaboradores de GCS -Gestión Clínica y Sanitaria – entre quienes la que escribe se ha pronunciado en diversos foros a su favor y de la necesidad de clarificar y organizar el proceso de evaluación de tecnologías en el Estado español, con todo lo que ello supone de coordinación de las agencias de evaluación existentes, priorización de tecnologías, establecimiento de límites en cuanto a consumo de recursos económicos y vinculación directa con la toma de decisiones (GCS 2008:10(4):119-123).

Cuando se trata de dinero público es razonable plantearse como sociedad si vale la pena aumentar el gasto sanitario, es decir, si los incrementos en salud que se obtienen como fruto de ese gasto valen más que lo que cuestan, en términos de recursos consumidos y de usos alternativos de esos recursos. En un contexto de crisis como el actual, este tipo de razonamiento adquiere todavía más importancia. Tendría sentido financiar con fondos públicos aquellas tecnologías, fármacos y servicios sanitarios que fueran claramente eficientes, es decir, que ofrecieran importantes ganancias en salud por euro invertido, en comparación con las alternativas existentes. El lector interesado haría bien en revisar lo publicado por otros dos colaboradores de GCS Gestión Clínica y Sanitaria en la Revista Española de Salud Pública (Puig-Junoy J, Peiró S. De la utilidad de los medicamentos al valor terapéutico añadido y a la relación coste-efectividad incremental. Rev. Esp. Salud Publica 2009;83(1):59-70)

Estos razonamientos empiezan a calar a nivel micro, siendo un buen ejemplo de ello el magnífico trabajo del grupo de Grupo de Evaluación de Novedades, EStandarización e Investigación en Selección de medicamentos (GENESIS). El conocimiento necesario para llevarlo a cabo también está disponible; la evaluación económica es aquí el instrumento a usar, y los economistas de la salud del Estado español sabemos llevar a cabo este tipo de evaluaciones, con una producción científica importante que se refleja cada vez más en revistas internacionales. Si la estructura de conocimiento existe. su operativa podría articularse a través tanto de un organismo “tipo NICE” o “tipo agencias de evaluación reorganizadas”, e independiente del gobierno y de la industria. Sólo falta la voluntad política de llevarlo a cabo.

Frente a esto las alternativas verosímiles son varias: o continuar con el grifo abierto y seguir financiando con dinero público todo tipo de servicios sanitarios (efectivos e inefectivos), u optar por recortes “a ciegas”, sin tener en cuenta los beneficios que se obtiene del gasto en salud, al estilo de los últimos recortes de precios de fármacos. Con sus luces y sombras, la experiencia del Reino Unido en este tema a través del NICE puede servir como ejemplo de factibilidad, compromiso político y transparencia hacia la sociedad.