En este blog hemos tratado previamente
aspectos relacionados con el NICE
y con la prevención de la obesidad: desde políticas de salud
al ejercicio físico,
pasando por estrategias de paternalismo libertario,
temas que también son recurrentes en la revista GCS – Gestión Clínica y
Sanitaria.
En esta ocasión volvemos sobre ello ya
que, coincidiendo con las fechas pre-vacacionales, cuando ya no es posible
esconder los michelines debajo del abrigo y parte de la población pone en
marcha la “operación bikini”, el NICE acaba de publicar una guía para el manejo
de la obesidad en personas adultas (http://guidance.nice.org.uk/PH53).
A los pocos días de hacerse pública la
guía, empezaron a recibirse críticas, pues parece que son muchas las aristas
que no se han pulido. La primera es la del sentido común, ya
que se recomiendan estrategias de cambio de estilos de vida (dietas, cambios
alimentarios, ejercicio físico, etc.) por ser más coste-efectivas. El problema
aquí es la conocida escasa efectividad a largo plazo de los cambio de estilos
de vida, muy en particular de las dietas. Si estas estrategias fueran
efectivas, seguramente la obesidad no sería un problema de salud pública. No
sólo eso, sino que la guía recomienda programas comerciales pseudo-científicos de
pérdida de peso, tipo “weight-watchers”.
Lo mejor que puede decirse de algunos de
ellos es que son algo más sofisticados que los de “la dieta de la alcachofa” y similares, muy presentes en nuestro contexto.
La segunda es que la guía pone el foco en
el individuo y no hace ninguna mención a las políticas de salud, más efectivas
en términos poblacionales, tal y como comentaron Pilar García y Alexandrina Stoyanova: regulación de la publicidad de bebidas azucaradas, impuestos sobre la comida
basura y subvenciones a la comida sana, etc. De hecho, en el mismo Reino Unido,
se ha formado un grupo de presión (Action on Sugar) con el objetivo de promover
legislaciones para limitar la producción, marketing y comercialización de
productos azucarados, especialmente los destinados a población infantil.
Coincidiendo con esto, hemos asistido al
mundial de futbol Brasil 2014. Se estima que 3.600 millones de personas han
visto algún partido por televisión. Ante esta cifra, el impacto potencial que
la publicidad puede tener es impresionante. Pues bien, lejos de dar algún tipo
de ejemplo, o un mínimo atisbo de responsabilidad social corporativa, la FIFA ha
apostado por patrocinadores relacionados con la industria de bebidas azucaradas, comida rápida, bebidas alcohólicas, entre otras.
Para la celebración del mundial en Brasil, la FIFA incluso ha forzado la
derogación de una ley que prohibía el consumo de bebidas alcohólicas en los
estadios. La selección española no se salva, ya que su principal sponsor es una
conocida marca de cerveza (http://www.sefutbol.com).
Entre recomendaciones alejadas de la
realidad y una realidad que, más que obstinada, se empeña en llevar la
contraria, la resolución de este problema de salud pública queda aun lejos.
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