Con la demora que nos caracteriza -en esta ocasión intencionada - aquí va el reflejo del segundo post en Nada es Gratis (aquí la intro y aquí el primero) de la serie que destila el segundo capítulo
 del informe Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de 
avance . En él Carlos
 Campillo y Eusebi Castaño analizan algunas ineficiencias del Sistema 
Nacional de Salud y proponen líneas de mejora. No debe sorprendernos que
 eficiencia en la gestión, coordinación, información y evaluación sean 
palabras claves en su discurso.
La necesidad de acometer reformas estructurales del sistema sanitario
 y, por extensión, de su organización y gestión, no proviene del momento
 en que se reconoce la existencia de la crisis. Ésta no ha sido sino su 
catalizador (aquí, aquí). Existen grandes bolsas de ineficiencia en el sistema, sin duda alguna
 derivadas de una incorrecta gestión, algunos comportamientos 
corporativistas o sobrevaloraciones de intereses profesionales que se 
anteponen a los de los pacientes. No obstante, querer reducirlas sin 
recurrir a la óptica clínica y obviando la importancia del 
profesionalismo en el sector sanitario corresponde a una visión 
atolondrada, cuando no malintencionada. Muchos de los responsables que 
ponen ahora en duda la solvencia del sistema sanitario público son las 
mismas personas que previamente se negaban a emprender reformas 
aludiendo que el sistema era irreprochable.
Se han identificado los problemas específicos de cada ámbito 
asistencial: hospitalocentrismo, necesidad de reformar la atención 
primaria, integración vertical, autonomía de gestión, papel de la 
colaboración público-privada, redefinición de la cartera de servicios. 
Sin embargo, continúa sin asumirse la necesidad ineludible de coordinar 
niveles de atención. El enfoque de la sanidad debe trasladarse desde una
 organización que piensa en la curación a otra que reconozca la 
importancia de la prevención y que la carga asistencial se encuentra en 
la gestión de las enfermedades crónicas, pacientes con varias 
enfermedades, frágiles y terminales, elementos clave que repercuten 
sobre todo en la atención primaria. 

Para ello, se debería ir abandonando
 la gestión sanitaria basada en compartimentos estancos con mentalidad 
de “silo” y orientar los recursos según el coste justificado de la 
atención integral que requiere un paciente, al margen de dónde la 
reciba. Esto es, los recursos tienen que reorientarse para pagar por 
aquello que se desea obtener: resultados en salud (aquí).
No obstante, esto supone no sólo avanzar decididamente en la 
coordinación sanitaria, sino considerar en conjunto los problemas de 
salud y las necesidades de las personas cuya autonomía está comprometida
 (aquí, aquí, aquí).
 En resumidas cuentas, se trata de avanzar con una visión única y 
coordinada del sistema sanitario y del sistema de autonomía personal y 
atención a la dependencia. Esta coordinación no surgirá espontáneamente:
 hay que crear puentes entre ambos sistemas toda vez que existen 
distintas culturas en ambos sectores, hay marcadas diferencias 
organizativas territoriales, niveles competenciales muy dispares, 
sistemas de financiación alejados entre sí, estructuras y procesos 
asistenciales separados, a veces incluso paralelos, y diferentes 
sistemas de información. Por ello, se deben identificar experiencias de 
éxito y fracasos de otros países y el propio y, dada la complejidad del 
empeño, se deberían desarrollar proyectos piloto rigurosos, evaluarlos e
 introducir ajustes, antes de aplicar profundas reformas a grandes 
grupos de población.
Un aspecto clave de cualquier política sanitaria es su preocupación 
por la equidad del sistema sanitario, la cual, de acuerdo con la 
normativa española, pasa por garantizar la igualdad de acceso a los 
servicios sanitarios públicos (aquí).
 Los estudios disponibles coinciden en que la utilización y el acceso a 
los servicios de atención primaria son congruentes con el principio de 
equidad horizontal. Sin embargo, no se puede afirmar lo mismo respecto a
 la atención especializada y las hospitalizaciones no urgentes, donde se
 observa cierta inequidad que favorece a los individuos con mayor poder 
adquisitivo (aquí).
Otro ámbito de actuación que compete a este capítulo es el análisis 
de las recientes experiencias de colaboración público-privada. Es triste
 comprobar que, tras más de dos décadas de experimentos con distintas 
fórmulas de gestión directa e indirecta, en España no se han llevado a 
cabo evaluaciones rigurosas, objetivas e independientes de la eficiencia
 de las distintas fórmulas de gestión (véase a este respecto la serie de
 post que publicamos hace un año, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí).
 Los estudios internacionales que se han realizado sobre la materia 
indican sin duda alguna que no se puede concluir aún que la gestión 
privada sea superior a la pública (ni lo contrario). En cualquier caso, 
más allá de la fórmula de gestión adoptada, la clave de una buena 
gestión reside en quién regula, financia y supervisa, y en las normas 
que aplica para ello (véase el post del Capítulo IV dedicado al Buen 
gobierno de la sanidad) y no en la mera titularidad de los centros (aquí, aquí.).
La calidad del capital humano, su identificación con los objetivos y 
fines del sistema de salud y su grado de motivación son fundamentales 
para que este funcione. Uno de los efectos que la crisis económica ha 
provocado es la salida de profesionales en busca de oportunidades 
laborales en otros países. La pregunta importante que late es si el 
sistema sanitario puede permitirse esta fuga tan significativa de 
capital humano. Junto a ello, la reorganización de tareas propuesta como
 medida de mejora y eficiencia tiene que sustentarse en una sólida 
estructura de enfermería y de técnicos sanitarios que asuman esa parte 
de tareas que no corresponden al médico. Junto a esta redefinición de 
funciones, los médicos generalistas (atención primaria, geriatras e 
internistas) tienen que ocupar más espacio y aumentar su capacidad 
resolutiva, para poder obtener más y mejores resultados en salud. 
Asimismo, sin un reforzamiento de una casi carente cultura meritocrática
 en la función pública y una mayor profesionalización en puestos clave 
de gestión será complicado, por no decir imposible, abordar una reforma 
seria en este ámbito (aquí, aquí).
Condición necesaria, aunque no suficiente, para poder abordar 
reformas que apuntalen la solvencia del Sistema Nacional de Salud (SNS) 
es reforzar el contrato social del profesional sanitario hacia sus 
pacientes y hacia su sistema. Cambios globales (económicos, políticos, 
sociales y tecnológicos) junto con otros particulares del ámbito 
sanitario están transformando las condiciones en que se prestan los 
servicios de salud. Los profesionales sanitarios y la sociedad deben 
entender cabalmente los principios fundamentales por los que se rige el 
profesionalismo (primacía del bienestar del paciente, autonomía del 
paciente y justicia social), así como las responsabilidades que ello 
conlleva (incluyendo no exponer al paciente a servicios innecesarios y 
considerar el coste de oportunidad de las decisiones clínicas) (aquí).
Por último, no es posible tomar decisiones informadas en los planos 
macro, meso y micro ni diseñar políticas de mejora de la eficiencia y la
 equidad sin disponer de los sistemas de información adecuados (que 
provean información fiable de procedencia intersectorial).  Avanzar en la
 integración de la información en y entre servicios de salud y salud 
pública y en la de los sistemas de salud autonómicos en uno robusto del 
SNS, en la fiabilidad e integridad de la información que contienen, y en
 la transparencia y accesibilidad pública de la información, son cuatro 
retos cuya asunción no puede posponerse sino a expensas de un coste de 
oportunidad notorio y notable. El capítulo II del documento “Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance”
 recoge 67 propuestas sobre atención primaria, hospitalaria y 
sociosanitaria, equidad en el acceso y en la utilización de los 
servicios de salud, gestión público-privada de los servicios sanitarios 
públicos, recursos humanos, profesionalismo, sistemas de información 
sanitaria, y medición y evaluación de la provisión sanitaria.


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