En el número 41 de GCS- Gestión Clínica y Sanitaria – publicamos un notable y ya notorio trabajo de Carlos Campillo titulado “La seguridad del paciente. ¿Estamos seguros de ella?”. Lamentablemente, muchas de las cuestiones ahí planteadas no parecen haber experimentado avance alguno, o incluso resultan cada vez más acuciantes.
El BMJ de esta semana publica un interesante análisis –"Why patient safety is such a tough nut to crack" - que contempla la exasperante lentitud de las mejoras en este ámbito y propone algunas sensatas estrategias para salir de tal impasse. Su caracterización de las dificultades que acompañan las actuaciones sobre seguridad de los pacientes son razonables y merecen más reflexión que la hasta ahora dedicada: limitada visibilidad de las consecuencias, ambigüedad en la atribución, complejidad de abordaje, y todo ello unido a los efectos menos deseables de la autonomía profesional. También resulta estimulante, entre tanto discurso huero, satisfecho con los meros anuncios de pre-ocupaciones, encontrar una acertada definición de criterios para valorar el éxito de las acciones emprendidas.
De todos es sabido que las estimaciones llevadas a cabo desde la publicación del más citado que leído “To err is human” cifran entre un 4 %y un 18% la fracción de pacientes hospitalizados que sufren efectos indeseados de la asistencia sanitaria. En una reciente “tribuna”, ya comentada en este blog (reproducida AQUÍ), Salvador Peiró y Gabriel Sanfélix calculaban que en el SNS contaríamos casi 19 millones de efectos adversos atribuidos a medicamentos, de los que algo más de un millón serían graves y casi la mitad (8,8 millones) potencialmente evitables.
En tiempo de recortes las estrategias para reducir los problemas de seguridad -Efectos Adversos de todo tipo - no son sólo sanitariamente necesarias sino una de las vetas de potenciales ahorros más legítimas. Para quien crea que pensar en términos de oportunidad financiera resulta insultante, puede considerarlo a la luz de otras oportunidades. Se avecinan epidemias de muertes, o más bien de noticias de muertes.
No es que vayan a morir más pacientes o a morirse más, o al menos no indefectiblemente. Pero es muy verosímil que los diferentes interesados en defender su actual situación no tarden en poner esos cadáveres sobre la mesa de los gestores sanitarios. Metafóricamente. Bastará con hacerlos visibles en los medios de comunicación, siempre cómplices de estos manejos. Sólo por eso conviene esforzarse por lograr una mejor gestión de los efectos indeseados de la asistencia. Porque la alternativa, responder “en caliente” a los casos seleccionados nada aleatoriamente en una sociedad espectacular, si que puede resultar letal.
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