En este post,  último   de la serie (aquí la intro, el primero, el segundo, y el tercero) que ha ido presentando el informe
 sobre el Sistema Nacional de Salud: diagnóstico y propuestas de avance, se resume el  cuarto capítulo, en el que Juan Oliva analiza los elementos clave que deben 
configurar la gobernanza de nuestro sistema de salud, apuntando algunas conclusiones generales del informe.
Con este post concluye la serie 
dedicada al diagnóstico del Sistema Nacional de Salud (SNS) y a las 
propuestas realizadas para avanzar en su solvencia. El capítulo que 
cierra la obra (aquí) hace referencia a cuestiones que trascienden al medio sanitario, apareciendo habitualmente en los posts de NeG (por ejemplo, aquí, aquí y aquí), pero que indudablemente son clave para que el SNS dé respuesta a los retos sociales presentes y futuros (aquí y aquí).
Los cambios estructurales que el SNS 
necesita han de encontrar un contexto organizativo apropiado sólidamente
 fundado en valores. Una buena gobernanza influye positivamente en todas
 las funciones del sistema sanitario, mejora su desempeño y, en última 
estancia, los resultados en salud (aquí).
 El concepto de “buen gobierno” trasciende el cumplimiento de las leyes,
 obtener buenos resultados, ausencia de corrupción o mala gestión y 
nepotismo. Además exige que la toma de decisiones responda a un conjunto
 de reglas consensuadas de participación democrática, transparencia, 
responsabilidad, rendición de cuentas y obediencia a códigos de conducta
 (aquí;  aquí).
 El buen gobierno requiere, por tanto, una voluntad formal de espíritu 
de servicio, de autoregulación y de fomento a nivel de los órganos de 
gobierno y de quienes lo integran de un comportamiento ético y honesto (aquí),
 si bien no debe quedar circunscrito al ámbito público, sino que debe 
trasladarse también a la relación entre accionistas y ejecutivos en las 
empresas privadas y entre estos y la ciudadanía (aquí).
El punto de partida es considerar que 
los verdaderos propietarios del sistema sanitario son los ciudadanos. No
 lo son aisladamente ni los pacientes, ni ministerios o consejerías de 
salud, ni la Administración en cualquiera de sus formas. Tampoco las 
empresas proveedoras, ni los gerentes, ni los médicos, ni el resto del 
personal sanitario, asistencial o no. Los decisores y los profesionales,
 en sus niveles macro, meso o micro, son agentes en quienes la 
ciudadanía ha depositado su confianza por medio de un contrato social.
Asimismo, 
se debe tomar conciencia de la especial complejidad del sistema 
sanitario: por su entorno cambiante, por la abundante información 
específica diseminada, la elevada incertidumbre que late en decisiones 
individuales y colectivas, el elevado nivel de formación de los 
profesionales, su particular estructura organizativa y su notable 
variedad de intereses. Precisamente por ello es tan relevante la 
necesidad de justificar adecuadamente las decisiones tomadas y las 
políticas implementadas en su seno.  El propio proceso de 
deliberación, participación y comunicación de las políticas es clave de 
buen gobierno y afecta a la calidad de la regulación, a su seguridad 
jurídica e incluso a la cultura democrática y la cohesión social. En 
este marco, los agentes del sistema deben adoptar primero, y mantener 
después, procedimientos para que la toma de decisiones a todos los 
niveles del sistema sanitario esté bien informada y sea transparente y 
abierta a la consulta y la participación cívica, política y de expertos 
(un excelente ejemplo podemos encontrarlo (aquí).
 Supone, asimismo, que en las Estrategias de lucha contra enfermedades 
que se establecen a nivel nacional y en Planes de salud regionales se 
empleen indicadores objetivables y evaluables y que la información 
generada con dinero público sea de dominio público, salvo que afecte a 
la privacidad individual (ejemplo foráneo : aquí; aquí y ejemplo nacional: aquí).
 Transparencia y rendición de cuentas son conceptos estrechamente 
vinculados. Aunque no son una panacea universal que pueda sanar todos 
los males del sistema, son esenciales para lograr avances en cualquier 
aspecto considerado deseable. 
En este contexto, cualquier mejora 
relevante pasa por contar con la implicación de los principales actores 
del sistema: ciudadanos y profesionales. Comenzando por los segundos, 
los profesionales sanitarios poseen motivación intrínseca, alto nivel de
 formación, la relevancia social de su desempeño es enorme…y, sin 
embargo, es uno de los colectivos profesionales con mayores índices de 
“burn out”. Ello debe hacer pensar en el rediseño de los actuales 
sistema de incentivos (aquí, aquí, aquí, aquí):
 inversión en capital motivacional, retribución adecuada, capacidad de 
discriminar el desempeño y mayor grado de autonomía en éste, 
reconocimiento, tiempo para la formación e investigación, una mayor 
participación en las decisiones, desarrollo de la carrera profesional 
basada en elementos de mérito profesional claros y explícitos. A cambio 
de ello, también debe exigirse la aplicación de los mismos criterios 
generales propuestos: transparencia y rendición de cuentas en el 
desempeño. Un elemento clave en este sentido es la contratación de 
directivos en el Sistema Nacional de Salud (aquí). Esta
 debería ajustarse a los anteriores principios, desarrollarse mediante 
un sistema de concurrencia público y abierto, en el cual la valoración 
de los candidatos debería atender exclusivamente a méritos curriculares.
Por otra parte, la participación 
colectiva y ciudadana, como principio básico de la pluralidad 
democrática, fortalece la aceptación social de la acción de gobierno y 
promueve la eficiencia de los servicios públicos (aquí). Por
 ello, la búsqueda y promoción de cauces que faciliten la información al
 ciudadano y favorezcan su libertad de elección son elementos básicos 
que han de integrarse en las normas de buen gobierno. Partiendo de la 
visión de la economía de la salud sobre la producción de salud-quien 
produce salud no son los profesionales, no son las tecnologías 
empleadas, no son los gobiernos, son las personas -ciudadanos bien 
informados, competentes y comprometidos en la promoción y cuidado de su 
propia salud y bien formados en las ventajas y riesgos de la utilización
 de los servicios sanitarios. Esto supone incorporar a la ciudadanía 
como agente clave en la planificación de la coordinación asistencial e 
intersistemas. Hay que promover 
políticas que favorezcan la libertad de elección de centro y profesional
 sanitario, desarrollar herramientas de información al público y a los 
usuarios del sistema, incentivar la educación sanitaria y favorecer una 
cultura de respeto entre ciudadanos-profesionales sanitarios que avance 
hacia un esquema de decisiones compartidas (aquí). 
Esta
 perspectiva supone incrementar las obligaciones y responsabilidades del
 ciudadano, toda vez que nos alejamos de la idea de un paciente pasivo 
para subrayar los valores de participación y responsabilidad en un marco
 responsable de uso de los servicios sanitarios y de la promoción y 
cuidado de la  propia salud y autonomía personal. 
Sin embargo, para atraer a profesionales y ciudadanos debe existir un compromiso que se traduzca en la declaración de reglas
 claras por parte de los decisores de más alto nivel (representantes de 
la ciudadanía) y en un alto grado de exigencia ética. Aunque el 
desempeño no sea sencillo, afortunadamente contamos con acertadas 
indicaciones para ayudarnos en el mismo (aquí, aquí)
 y con la reciente experiencia de países de nuestro entorno que han 
apostado decididamente por dotar a su sistema sanitario de este tipo de 
normas en sus procesos (aquí).
Por último, pero no es un punto menor, 
la evaluación de las políticas públicas es una de las asignaturas 
pendientes de nuestro país (aquí). ¿Cómo
 podremos asignar adecuadamente nuestros recursos si no nos planteamos 
identificar las fortalezas y debilidades de sus estrategias y políticas 
destinatarias? Una cuestión cultural que debe impregnar el sistema 
sanitario es que en el diseño de una política o estrategia su 
evaluación, ex ante, durante y ex post es irrenunciable, debe 
planificarse sistemáticamente, tener garantizada su dotación 
presupuestaria y formar parte de la propia estrategia o política. La 
evaluación de las políticas y la comunicación fluida de los resultados 
de la evaluación a la comunidad científica, a los gestores y 
profesionales del ámbito sanitario y a la ciudadanía es un elemento 
tanto de cambio como de calidad democrática y de rendición de cuentas a 
la sociedad.
A modo de resumen de la serie de cuatro 
posts, la solvencia del Sistema Nacional de Salud y la posibilidad de 
desarrollar políticas de salud intersectoriales que amortigüen los 
efectos de la crisis económica sobre la salud de los ciudadanos pasan 
necesariamente por conjugar la gestión eficiente de los recursos con un 
especial énfasis en la equidad de las políticas implementadas. Para 
ello, condiciones necesarias, aunque no suficientes, es apoyarnos en las
 fortalezas de nuestro sistema, pero también identificar y eliminar 
bolsas de ineficiencia, aprender de experiencias ajenas aplicándolas con
 inteligencia en nuestro medio, apelar al liderazgo y compromiso de los 
profesionales sanitarios y favorecer la participación ciudadana, tomar 
decisiones informadas y justificar las políticas, al tiempo que se 
cultiva la evaluación de nuestras políticas no como una herramienta 
relativamente útil, sino como parte del cambio cultural necesario para 
que nuestro sistema sanitario continúe manteniendo y mejorando el 
bienestar social (aquí). 
Una parte de los problemas que vive 
ahora la sanidad pública es fruto de la insuficiencia presupuestaria 
derivada de la caída de la recaudación de los ingresos tributarios. Esto
 es indudable y poco discutible. Sin embargo, otros problemas ya latían 
antes de la llegada de la crisis económica y no son exclusivos del 
sistema sanitario. Van mucho más allá. La respuesta a los mismos se 
encuentra tanto dentro como fuera del propio sistema. Tal y como señalan
 Meneu y Ortún (aquí)
 “mejorar el gobierno de nuestras instituciones para responder mejor a 
los verdaderos problemas de salud y los retos de la crisis no sólo es 
posible, sino que es fácil, ya que sólo requiere minimizar sus vicios 
más obvios y aprender de quienes lo hacen manifiestamente mejor. Más 
complicado, pero más ilusionador, es localizar y activar las palancas 
que contribuyan a lograr de ello el mayor beneficio social”. Ello pasa 
por más y mejor política y por activar una mayor exigencia de calidad 
democrática por parte de la ciudadanía a sus representantes y hacia 
instituciones y organizaciones. Dada nuestra complicada situación, no 
parece que podamos permitirnos el lujo de ceder un ápice de energía ni 
de distraer un minuto de tiempo que nos desvíe de este empeño. 



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